“Partí jugando fútbol desde muy pequeño. Mi familia es muy futbolera y ligada al mundo del deporte y mi único sueño, al igual que muchos niños, era ser futbolista profesional”. Así comienza contando su historia Víctor Silva Pávez, de 27 años.
Desde los 10 años tenía una rutina de entrenamiento de cuatro a cinco días a la semana, en doble turno. Jugaba por diferentes clubes, de defensa central. Su talento en la cancha no pasó inadvertido y fue así, cuando tenía 15, que surgió la posibilidad de ir a probar suerte a Uruguay donde paradójicamente su vida tomó otro rumbo. “Allá me di cuenta de que de día jugaba súper bien, pero de noche no veía absolutamente nada”, recuerda. Se compró lentes de contacto para seguir jugando, mientras en paralelo se hacía exámenes a la vista. El diagnóstico fue lapidario: retinitis pigmentosa, una degeneración progresiva de la retina.
“Es una etapa compleja para quién pasaba por su adolescencia. Ya me habían diagnosticado un astigmatismo a los 10 años, pero a pesar de usar los lentes veía muy poco. Posterior a este viaje a Uruguay me hago todos los chequeos médicos y me identifican esta enfermedad que a la larga me iba a dejar ciego”, explica el melipillano. “En ese momento fue algo triste, donde vi truncados mis sueños de niño, el ser futbolista profesional y en ese contexto se me vino el mundo al suelo”, agrega.
Sin embargo Víctor tomó una actitud que le sirvió mucho para enfrentarse al mundo sin su vista. “Decidí dejar el fútbol, y me fui preparando para lo que venía en mi vida. Como sabía que tenía cierto margen en el diagnóstico, utilicé ese tiempo para anticiparme a la jugada de quedar ciego finalmente. Hice varios cursos de orientación y movilidad, uso de bastón, además de aprender a utilizar la tecnología para personas ciegas, como el celular o la laptop”.
Cambió las canchas por las salas de clases. Y no solo terminó la carrera de Psicología, sino también un diplomado en educación en derechos humanos y un magíster en gestión de personas.
Pese a su ceguera, no abandonó el anhelo de ser jugador. En 2014 entró a la Selección Chilena de Fútbol para ciegos y, actualmente, defiende al Club Olimpia de Melipilla. Actualmente se desempeña como coordinador de inclusión laboral de la Fundación Luz, entidad líder en la educación, rehabilitación y capacitación de personas con discapacidad visual. En ella, elaboró un detallado modelo de inclusión laboral, que ya empezó a difundir a lo largo de Chile y que seguirá haciéndolo por las distintas regiones.
“El deporte siempre puede ser un elemento clave en la calidad de vida de las personas. En ese sentido si el deporte lo conjuga con otros elementos como la discapacidad muchas veces se genera esta brecha de posibilidad de reinsertarse nuevamente a la sociedad”, comenta Víctor, agregando que “por otra parte, el deporte puede ser un vehículo, un elemento transformador a la hora de querer generar procesos de inclusión social real. El deporte puede ser transformador para una persona con discapacidad. A la larga no es solo ejercitar tu cuerpo sino que también tiene que ver con otros elementos más sociales”.
La salud mental: La principal preocupación sanitaria en Chile
Víctor, además de su pasión por el fútbol también le dedica tiempo a la psicología. Desde su profesión también habló sobre uno de los temas que más está afectando a los chilenos: las enfermedades mentales, las que aumentaron tras la pandemia.
“Era una realidad totalmente distinta donde la incertidumbre estaba latente. Iba a pasar que creciera el número de personas con alguna enfermedad mental, ya sea depresión, ansiedad u otra”, asegura Víctor. Dentro de sus recomendaciones plantea el reconocerse uno mismo, “es importante seguir generando espacios de recreación. Ante esto siempre recomiendo la Teoría del Triple 8 para mejorar tu productividad. Esta se basa principalmente en planificar bien nuestro día, o sea ocho horas para el trabajo, ocho horas para dormir y ocho horas para comer, descansar, leer, etc.”.
– Revista Melidatos