Todavía estoy acostado, pero mi mamá ya vino a sacarme de la cama, habla mucho sobre el colegio, pero no escucho muy bien lo que dice. Además ¿qué le pasa? ¿no entiende que no quiero ir? Me dejó la ropa encima de la cama para vestirme, pero ¡no quiero ir! Me pregunta desde abajo si ya estoy listo. Eso me desesperó mucho y terminé rompiendo la caja de los juguetes de una patada. Después entró mi papá y terminó vistiéndome a la fuerza. ¿Todos están en mi contra, acaso nadie entiende que no quiero ir?
Salimos de la casa y llegamos al colegio a tiempo, mis papás estaban muy apurados o enojados, no lo sé bien. Estuvieron un rato conmigo antes de entrar a la sala, pero yo solo quería ir a jugar con los otros niños. Nos sacamos una foto con unas letras gigantes, muy feas, que decían “tercero básico” y me dejaron en mi asiento. Yo quería ir a saludar a mis compañeros, pero entró la profesora y mis papás se fueron junto con los demás. Por lo menos estoy sentado con el Lucas, uno de mis amigos. Él es súper llorón.
La profesora está hablando sobre la hora que vamos a salir a recreo, y también dice que se llama Carla; le estoy hablando al Lucas, pero él me dice que me calle, que nos van a retar, le habló más bajito, pero me mira con cara de papá enojado y me mueve la mano. ¡Pero escúchame, Lucas! Le grito. La tía me mira y me dice que me quede calladito y sigue hablando. Le hago burlas mientras no mira. Uy, que es fome el colegio, me dan ganas de llorar. Me pongo a mirar por la ventana, y pienso, por qué estoy en el colegio, recién me había acostumbrado a los días de verano. Siempre hay pasos que seguir, parece que eso se llama rutina.
Ahora tenemos que pintar un dibujo sobre un día de nuestras vacaciones. ¿Y si elijo uno que no le guste a los demás, si no cuento todo lo qué pasó? Hay varios, pero no sé cuál elegir. Al final, me decido por un día que fuimos a la playa con mi perro Tito. Ya he avanzado mucho en mi dibujo, pero la profesora, todo el rato, me dice que me siente; a mí me gusta dibujar parado, así me queda más bonito. Más encima, el Lucas no me presta sus lápices, porque dice que los rompo, o que los muerdo. También dice que se los tengo que pedir y no sacar del estuche; ¡pero si están ahí, no me los voy a llevar!, a veces se pone pesado.
En el recreo me pongo a hablar con mis amigos, estamos viendo qué vamos a jugar, yo quiero que sea a las pilladas, así podemos correr, pero dicen que ya he dicho lo mismo como tres veces. El Manuel me dice encima de mi cara que así no se habla, qué si soy tonto, así que lo empujé, se cayó y se fue llorando diciendo que me iba a acusar. Que rabia, yo solo quería que nos decidiéramos rápido. Él siempre se cree el líder. Por su culpa la profesora me fue a retar al patio.
¡Uy, por fin salí del colegio!, ahora tengo clases de karate. ¡Esto sí me gusta!, aquí me puedo mover todo lo que quiera. Además, el profesor no me reta, él dice que todo es posible, que solo hay que entrenar mucho, igual que los superhéroes de acción. Todos los niños quieren hacer los ejercicios, y yo también. Solo debo quedarme quieto cuando el sensei explica lo que tenemos que hacer. Tengo mucha energía, pero si no escucho no voy a entender la clase.
Ya estoy en casa, mi papá me pasó a buscar. Cuando llegamos le pregunté si podía comer helado, me dijo que no, porque me habían retado en el colegio. ¡Aaah! ¡¿por qué soy tan tonto? ¿Por qué no me dejan hacer lo que quiero? Estaba en el suelo pegándome en la cara cuando llegó mi papá, parece que escuchó mis gritos, me dijo que hiciéramos un trato: si me quedaba tranquilo y me bañaba rápido podía comer. Siempre ponen condición para todo.
Estaba comiendo helado y mis papás me pidieron mi mochila para revisarla, les dije que estaba en la pieza; me pidieron que la fuera a buscar, pero yo no quería. “Anda tú poh, le dije a mi mamá”. Me respondió que era mía, así que la fuera buscar por favor. ¿Por qué? le pregunté. Porque ella es tu mamá y ella manda, dijo mi papá. Eso no es una respuesta, ¿acaso él también se puso en mi contra?. Salí de la cocina y di un portazo, para que sepan que no me gusta que me obliguen a hacer las cosas.
Es de noche y llega la hora de dormir. Mi mamá me dice que me vaya a acostar, pero yo no quiero, no tengo sueño, así que me puse a jugar play. Mi mamá llega a mi pieza y me pregunta si me lavé mis dientes. Y no lo hice, no tengo sueño, así que me lleva al baño y me obliga a lavármelos. De vuelta en la pieza me apaga el play y espera a que me acueste, pero yo no quiero, así que llama a mi papá. Los dos se quedan parados en la puerta esperando que me meta a la cama. Antes de despedirse me dicen que me porte bien para que no tengan que retarme. Yo no me quiero dormir. Cuando escucho las escaleras les grito que no me van a poder retar por siempre, que se esperen a que crezca para que vean quien tiene más fuerza.
En esta historia reflejamos un día de un niño con Trastorno de déficit atencional con hiperactividad (TDAH) sin tratamiento, esta condición es mucho más común de lo que creemos y si bien es la historia de un niño, también hay muchos adultos que no conocen su condición de TDAH, y este podrías ser tú.
Muchas veces los padres no tenemos claridad sobre este trastorno de la conducta y nos vemos sobrepasados por la situación. Si crees que tu hijo presenta conductas relacionadas con el TDAH, asistan al neurólogo infantil, quién es el profesional capacitado para confirmar o descartar este diagnóstico.
Si este tema es de tu interés, debes estar atento a la próxima edición de Revista Melidatos, ya que en ella profundizaremos aspectos relevantes de este trastorno.
Agradecemos a Moira Martinez Gárate, Terapeuta Ocupacional de Centro Emey, por la supervisión profesional de esta nota.
– Revista Melidatos