Me costó 40 años ser Pía Barros

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El 28 de abril es el día del libro, y obviamente, como medio escrito, teníamos que celebrarlo. Así que nos fuimos hasta la comuna de La Reina a conversar con Pía Barros, destacada escritora nacional oriunda de Melipilla. 

Se abre la puerta, nos encontramos con ella que nos recibe en su hogar. Al entrar no quedan dudas de su amor por las letras, pues la casa está llena de libros. En medio del recorrido se asoma la gata “Lucha por la vida”, pero solo “Lucha” para los amigos. Pía prende un cigarrillo y nos disponemos a conocer más sobre su vida.

“Hurgueteaba todo lo que podía en la biblioteca de mi abuelo. Empecé a leer sola.” Recuerda Pía sobre el inicio de su relación con la literatura. Su primer libro, Corazón, se lo regaló su tío Jorge Camus. Ahí comenzó el problema, ya que todas las semanas encargaba a Don Anselmo Osorio un cajón con todo lo que pudiera leer. “Le sacaba várices a la cuenta de mi papá, y ahí me puteaban, porque pedía muchas cosas”.

Esta relación intensa, la llevó a estudiar literatura en la USACH, tiempo en el que también inició con sus talleres, los que siguen hasta el día de hoy bajo el nombre Ergo Sum. “En un principio no eran literarios, sino para enseñar a escribir cartas a mujeres y que pudieran contarles a organizaciones de derechos humanos como habían desaparecido sus familiares. Después derivó en un taller literario”. 

Su objetivo con la escritura era enseñar, en sus palabras: qué es, cómo se hace y para qué sirve. Y así las mujeres pudieran aprender algo fácil de medir, pues a los talleres que ella misma asistía, sentía la discriminación hacia quienes tenían 40 años o más por ser, supuestamente, viejas y poco interesantes.

Siempre quiso sus talleres como un espacio democrático, donde la escritura fuera in situ y todos estuvieran en las mismas condiciones de producción textual, porque “ahí tú solo estás compitiendo contigo mismo, estás trabajando con toda tu construcción cultural en un elemento en concreto”.

Para Pía, un taller exitoso es cuando encuentras tu propia voz, a través de escucharte a ti mismo. “Es más literario algo que no es perfecto y tiene errores, pero tiene tu voz; a algo muy perfecto pero que no tiene alma. Tu voz, es el estilo que te queda cómodo a ti, y poder reconocerlo es una maravilla”.

Muchos de los escritos hechos en el taller se transforman en libros objeto. En palabras de Pía: “este tipo de soporte tiene algo importante: es un colectivo. Todos y todas son responsables del trabajo de otros. Entonces, es una práctica que construye ejes de civilidad. Para mí todas esas cosas políticas son muy importantes, porque la escritura, y todo, es política”

Por otra parte, al ser consultada sobre su preferencia de género, entre el cuento o la novela, tiene su elección clara, “Elijo el cuento, porque tiene muchas barreras, te pone límites, y a mí siempre me ha gustado romper los límites. Busco ver hasta dónde puedes llegar para que ese límite se corra un poquito más allá”.

En este sentido, al responder si cree que este tipo de escritos incentiva a la lectura, da una calada a su cigarrillo y luego aclara que no hay que ser tan cuadrados con la lectura. “Los soportes de hoy en día de lectura y escritura, pueden no ser los mismos de antes. Pero las ciudades te escriben, los muros de las ciudades te hablan, eso no deja de ser una lectura”.

Respecto a su inspiración, reconoce ser adicta a la lluvia, “pero como llueve poco estamos cagados”, agrega con una sonrisa. También asegura que la inspiración requiere de tiempo, “es distinto ser escritora que ser escritor, si yo tuviera esposa escribiría mucho más largo”.
 

En retrospectiva con su carrera literaria, sobre los obstáculos enfrentados, asegura que tuvo suerte, pero una falsa suerte, ya que ser rubia, tener los ojos claros y un apellido con dos erres le ayudó. Y ese brutal problema de clase y género aún existe. “El ser mujer es doblemente jodido. A mí me costó 40 años ser Pía Barros”.

Al seguir recordando, pero más atrás, vuelven los recuerdos de Melipilla, y su jodida relación con la ciudad, pues dice no haber sido una niña buena ni ser una vieja buena. “Me echaron de muchos colegios, y en el liceo Melipilla, que hoy se llama Hermanos Sotomayor Baeza, estuve condicional hasta que terminé. Ese fue el único colegio público en el que estuve. La conciencia social me la entregó el liceo y luego haber estado en la USACH”. 

Además, hace poco fue parte del jurado en el concurso 200 palabras por Melipilla, experiencia que define como entretenida, pero que también debiese realizarse más seguido. De los escritos recuerda dos, uno que hablaba solo de gente que desapareció, como el Loco Prieto y el Chilenito; y también aquel que hablaba de un Melipilla lleno de grafitis. “Necesitamos reconstruir la memoria de la ciudad, esa que vivimos día a día. Si logramos ese ejercicio, también podremos soñarnos como querríamos ser”.

Por último, al preguntarle si se ha inspirado en la ciudad, expone: “sí, claro. Está el campo y la ciudad, muchas cosas que ya no están y eso es parte de la construcción de la memoria. Melipilla es súper chileno, hay un arribismo del porte de un buque, y al mismo tiempo un desconocimiento profundo de las gigantescas riquezas que hay en el mismo lugar. Se vota por el opresor, el mismo que se los caga, pero después vuelves a pelear con ellos. Yo creo que eso alimenta todo lo que escribo, el cuestionamiento al constante machismo acérrimo disfrazado de buenas costumbres. Además, todos los trapos sucios siguen escondiéndose dentro de la casa”.

*Puedes ver la entrevista completa en nuestras redes y canal de youtube. 

– Revista Melidatos